Mostrando entradas con la etiqueta relatos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta relatos. Mostrar todas las entradas

sábado, 26 de enero de 2008


Cuerpos exhaustos después de una noche de excesos. La ropa en el suelo. Los restos de la cena en la mesa. Las sabanas arrugadas. Y sobre ellas nuestros cuerpos desnudos. Y yo deseando estar de nuevo dentro de ella. Mi mano aparta el cabello de su rostro. Sus parpados se abren para dejarme contemplar de nuevo sus ojos. Esos ojos que me atrapan cada vez.

Mis labios acarician los suyos, mientras mi lengua busca la suya. Ella baja su mano hasta comprobar que mi sexo esta creciendo. Sus piernas se abren y poco a poco mi sexo se cubre con la humedad del suyo. Mis dedos acarician su mejilla, su cuello, su pecho, su suave pecho.

Noto como su sexo se contrae, aprisionando al mío. Su boca deja escapar calientes suspiros de placer que llegan erizantes a mi piel y mi oído. Un movimiento más de su cadera y mi semen se derrama en su interior, al mismo tiempo que sus manos clavadas en mi espalda no permiten que nuestros cuerpos se separen.

Un instante que podría ser eterno.

viernes, 25 de enero de 2008



Llego huyendo de mi mismo, huyendo de un mundo que me ata, que me oprime, que no me deja respirar. Aquí nadie me conoce. Aquí a nadie le importa quién soy. Aquí no soy nadie, pero soy yo.

Estaba huyendo. Ese avión dejaba atrás una vida de incertidumbres, contradicciones, agobios, preocupaciones, sin sentidos, sentidos equivocados. Lo cambiaba todo por un futuro inexistente. Por un futuro por escribir. Con cada kilómetro, la mente se vaciaba un poco más.

sábado, 19 de enero de 2008


Me ponía a andar cuando quería y me paraba cuando me daba la gana. Nadie me decía si eso era lo correcto o no. Me equivoqué mil veces pero así descubrí lugares imposibles, lugares donde reflexionar, lugares para disfrutar, lugares para contemplar.

jueves, 29 de marzo de 2007

No eran necesarias las palabras

Acaricio el lado de la cama en el que hace unas horas te veía dormir. Notó aún el olor de tu cuerpo mezclado con tu perfume. Y vienen a mi mente cada uno de los momentos que hemos vivido aquí mismo. Cómo mis labios besaban los tuyos, cómo poco a poco recorrían tu suave piel, dejando que mi lengua de vez en cuando también te saboreará. Cómo todo tu cuerpo se iba erizando, al llegar a tu cuello, al pasar casi desapercibido por tu pecho, al trazar un húmedo círculo sobre tu vientre, al levantar mis manos la delicada seda que cubría la intimidad de tu sexo. Tus manos me acariciaban, tus gemidos me aprobaban. No eran necesarias las palabras. Solo se escuchaba el murmullo de nuestros deseos, el roce de nuestros cuerpos. Y a Norah Jones como una lejana voz que nos llegaba desde la lejanía. Tus piernas sintieron mi lengua en su interior, doblándose al deseo, abriéndose al placer. Tu espalda se curvó, acercándome tu coño húmedo y excitado. Sentir tu deseo hizo palpitar y crecer aún más mi completamente erguido sexo. Mis labios se fundieron con tus labios interiores, y mi lengua te acarició hasta sentir que la desbordabas de placer. Tu cuerpo cayó sobre la cama e hiciste caer el mío a su lado. Entonces fueron tus labios quienes recorrieron mi piel, y fue tu lengua la que llegó hasta mi polla para lamerla mientras tus manos la sujetaban y acariciaban suavemente. Supiste cuando era el momento de pasar sobre mí y que nuestros sexos por fin se encontrarán. Noté como el tuyo se iba acoplando al mío hasta casi fundirse en uno. Noté como tu húmedo interior poco a poco iba impregnando toda mi dura verga, que entraba y salía de ti con cada uno de tus gemidos. Mi cuerpo se fue poniendo en tensión. Mis músculos se contraían con cada golpe de cadera. Tus piernas rozaban las mías subiendo hasta mi culo, empujándolo también hacía ti. En tu interior estalló nuestra lujuria. En tu interior se mezclaron nuestros orgasmos. En tu interior nuestros deseos fueron satisfechos.

sábado, 24 de febrero de 2007

Imágenes absurdas de un pasado imaginario


J'attends son train dans une plate-forme de la gare d'Orsay. Son image est reproduite des mille fois dans mon esprit. Elle est la femme. Elle, avec sa jeunesse, fera trembler les fondations de Paris.

miércoles, 2 de agosto de 2006

Me esperaste

Me esperaste en el parking, junto a mi coche. No necesitaste decir nada. Entramos en mi casa sin encender ninguna luz. Conoces el camino a mi dormitorio, igual que conoces el camino que conduce al placer. Tus manos me desvistieron para que tus dedos pudieran sentir como mi piel se erizaba a tu tacto. Trazaste una línea partiendo de mi frente, bajando por mi nariz, deteniéndote en mis labios, acariciando mi barbilla, atravesando mi pecho, llegando a mi abdomen , para perderse en el vello de mi pubis y llegar a mi pene excitado, que poco a poco iba creciendo dentro de tu mano. Tus labios se pierden en mi pecho. Apoyado en la pared, me dejo hacer hasta que no resisto más la tentación de esas dos tiras que sujetan tu escueto vestido de verano sobre tus hombros. Cae al suelo y deja tu cuerpo casi desnudo, cubierto solo por el blanco del tanga que perfila tu sexo. Mi boca se pierde en tu cuello. Mi lengua y mis labios acarician suavemente cada centímetro de tu piel desde tu nuca hasta la base de tu mandíbula. Es ahora tu espalda la que se apoya en la pared. Mi mano se desliza por tu muslo para sujetar tu pierna en alto. Así sujeta entro dentro de ti a golpes de cadera, con todo mi cuerpo en tensión, contrayendo y relajando mis músculos en cada envestida. Tus brazos rodean mi cuello y tus piernas mi cintura. Nuestros cuerpos sudorosos se tensan más y más, hasta que estallan en un orgasmo.

4

martes, 4 de julio de 2006

Sabías…

Sabías que a esas horas no había nadie en la piscina climatizada. Sabías que no me negaría si me lo pedías con esa mirada. Desde que nos habíamos reencontrado en la playa esa tarde, no paraste de jugar conmigo. Sabías que, aunque yo fuera el mayor, tú tenías el control. Sabías que lo que pasara esa noche, lo decidías tú. Con dos rápidos movimientos de tus manos la camiseta y la faldita que te cubrían cayeron al suelo, dejándome contemplar de nuevo tu cuerpo, que el bikini no hacía más que realzar. Te zambulliste en las negras aguas a oscuras. Solo un gran ventanal dejaba entrar el reflejo de las luces de la calle. Distes unas brazadas mientras yo te contemplaba. Sabías que te miraba. Eso te gustaba. Eso me excitaba. El rumor del agua era lo único que se escuchaba. Alcanzaste la escalera y tu cuerpo emergió del agua. Me sonreíste y corriste a abrazarme, mojándome la ropa con el agua que te cubría. Te pusiste de puntillas para que tus labios humedecieran los míos, mientras tu fría y mojada mano me acariciaba la nuca, produciendo el efecto contrario al que se supone tiene el agua fría. Mis manos bajaron acariciando tus costados hasta alcanzar los lazos que sujetaban la braguita de tu bikini. Éste cayó al suelo dejando al descubierto tu hermoso y suave pubis.

jueves, 6 de abril de 2006

Piso nuevo

Llego al portal y vuelvo a mirar el SMS. Levanto la vista y busco el 966 en el gran panel del interfono:

- ¿sí?
- ¿Ana? Soy Humbert.


La puerta se abre con un leve zumbido. Salgo del ascensor y miro a un lado y a otro del pasillo. Al final del pasillo de la izquierda veo una luz que se escapa por una puerta entreabierta. Ana me recibe con dos besos.

- pasa, pasa, como si estuvieras en tu casa. No es muy grande pero para mí sola es suficiente. Ves, este es el comedor, con la cocina americana. En esta habitación tengo montado mi pequeño estudio. Este es el baño y este el dormitorio. El piso se ve rápido. Bueno, dime ¿qué te parece?

- Me gusta. Y además es tuyo. Bueno tuyo y del banco. Ten, he traído un par de botellas de Enate para la cena, que se que te gusta. Y seguro que al David y la Mar, también. Por cierto, ¿no han llegado todavía?


Ana desvía un momento la mirada y percibo una leve rojez que llegar a sus mejillas. Sus ojos me vuelven a mirar:

- Es que Mar me ha llamado para decirme que no podían venir hoy. Al final no han podido dejar al David pequeño con la abuela. Me han dicho que ya vendrán otro día a ver el piso. Estaremos tú y yo solos. ¿Te importa?

Sé que es mentira. Y ella sabe que yo sé que es mentira, pero los dos seguimos con el juego: “pues claro que no. Casi mejor. Así tocamos a más.” Ese “así tocamos a más” me ha salido con los labios esbozando una media sonrisa y en un tono de voz que no quiero que deje lugar a dudas de la doble intención de la frase.

Nos sentamos a la mesa donde había preparado un pica-pica con jamón, queso, tortilla de patatas y croquetas. Abrimos una de las botellas de vino y empezamos una conversación sobre el nuevo piso, sobre el traslado de los muebles, que si los vecinos habían sido muy amables, que si hay que ver que bonita que era la piscina, que en verano viniera cuando quisiera a bañarme, que ella encantada, que si me agobiaba mucho el nuevo trabajo, que si me iba a quedar muchos días, que si hay que ver lo que han cambiado de costumbres el David y la Mar por culpa del niño, que qué grande que se estaba haciendo, que si en la tienda ahora estaban con poco trabajo, que a ver cuando me pasaba a ver las cosas que tenían…

La botella de vino se acabó. Abrimos la segunda y nos sentamos en el sofá: “Lo siento pero no he comprado nada de postre” se excuso Ana. “¿Seguro que no tenías previsto nada de postre?” Los colores volvieron a subir a sus mejillas. Ella se dio cuenta. “Uff! Hay que ver como sube el vino ¿no?”. Volvió a desviar la mirada. Con mis dedos por debajo de su barbilla levanté su cabeza hasta que volvió a mirarme. “No creo que el vino tenga mucho que ver en esto” dije mientras pasaba mi mano por detrás de su cuello, acercando su cabeza a la mía. Nos besamos. Ella se dejo llevar, para después tomar la iniciativa. En realidad, la iniciativa había sido suya, invitándome a cenar con la excusa de estrenar la nueva casa, y con la coartada de nuestros amigos. Lo único que estaba haciendo era retomar el mando de la situación.

La ropa tardo poco en estar tirada por el suelo, y nosotros tirados en la alfombra. Nuestros cuerpos desnudos se dejaban explorar por las manos del otro. Mientras ella me acariciaba la espalda, incluyendo dónde esta deja de llamarse así, yo volvía a tener una mano en su nuca mientras la otra acariciaba uno de sus pechos. Siempre me habían gustado esos pechos. De una forma perfecta, se dejaban entrever, en más de una ocasión, bajo esas blusas que solía utilizar sin sujetador. Nuestros sexos se rozaban a cada movimiento de nuestros cuerpos. El mío ya del todo duro, y el suyo humedeciendo el mío a cada roce. Su mano dejó mi culo para acariciar mi pene, subiendo y bajando sus dedos por toda su extensión. Lo acercó a la entrada de su coño y con un movimiento de cadera ya lo tenía dentro. Nuestras lenguas no dejaban de entrelazarse mientras su cadera iba adelante y atrás.

La tumbé sobre su espalda. Ella se apoyó en sus codos para mantener su cuerpo elevado, mientras que ahora era yo el que se movía para follarla una y otra vez. Nuestras frentes sudorosas se apoyaban una en la otra, mientras nos resistíamos a besarnos. Ese deseo contenido de besarnos aun hacía más intenso el contacto de nuestros sexos. Noté como sus jadeos se aceleraban y sus jugos resbalaban por los labios de su sexo. Mi polla empezó a dar espasmo justo antes de dejar escapar mi semen dentro de ella. Y fue entonces cuando nos besamos de nuevo. “Ya hemos estrenado el comedor, pero aún nos quedan habitaciones” me dijo.

La cogí en brazos y así, desnudos, la lleve hasta el dormitorio. La cama era grande, de esas tipo japonés, muy bajas, y presidiendo la habitación, una gran reproducción del fresco de la creación de Miguel Ángel. ”Ahora me parezco bastante a Adán” le dije señalando con la cabeza mi flácido pene. “Si pero él aún no tenía a su Eva, como tú ahora.” La deje sobre la cama, quedándose ella de rodillas y yo de pie. Empezó a acariciarme de nuevo la polla. Ésta no tardo en reaccionar a esos estímulos manuales. Antes de que volviera a elevarse totalmente, se la metió en la boca y empezó a jugar con su lengua. Sus manos apretaban mis glúteos, que a la vez también estaban apretados, debido a la posición adelantada de mi cadera, que le ofrecía aún más mi sexo. Mi polla alcanzó enseguida su tamaño máximo en el interior de su boca. Ella la sacó y levantándola un poco, se puso a lamer mis huevos. Los beso, y recorriendo de nuevo mi pene con su lengua, volvió a metérselo en la boca. No hacía mucho que me había corrido, pero si ella continuaba así, no tardaría en volver a hacerlo. Acaricié su pelo y suavemente, con mis dos manos sujetándole la cabeza, la aparte de mi sexo. La tumbé sobre la cama y fui besándola por todo el cuerpo, descendiendo hasta llegar a su sexo. Ella ya me esperaba con las piernas abiertas, incluso elevándose un poco, para ofrecerme unos rosados y húmedos labios. Empecé a pasar mi lengua por esos labios, a la vez que mis manos pasaban por debajo de su cuerpo, sosteniendo en ellas su culo, manteniendo esa mínima elevación de su cadera. Noté como ella se dejaba ir por el placer, relajando todos sus músculos. Mi lengua penetraba, cada vez, un poco más en su interior con cada lametazo. Dejé caer su culo sobre las suaves sabanas para, con mis manos, poder abrir un poco los labios de su sexo. Su clítoris se me presentó duro y excitado. Solo pasar la yema de mi dedo sobre él, le producía convulsiones por todo su cuerpo. Sus fluidos llegaban con mayor intensidad a mis labios. Así tumbada, con la cabeza ladeada, los ojos cerrados, y abandonada al placer, volví a penetrarla, sujetándole las piernas en alto a la vez que con mis pulgares le acariciaba la oquedad de la parte posterior de sus rodillas. Con sus manos se acariciaba sus propios senos, que se movían al ritmo de mis envestidas. Me volví a correr dentro de ella, para después dejarme caer a su lado. El vino y el sexo había dejado nuestros cuerpos con ganas de cama, pero solo para dormir. El resto de habitaciones tendrían que esperar a la mañana siguiente.

martes, 28 de febrero de 2006

En la espera escribí...

Hoy he abierto la bandeja de entrada de mi correo y me he encontrado con un mail que llevaba por asunto:"La Diosa Afrodita quiere invitarte a una orgía....". La dulce Afrodita ha regresado a la blogosfera, y con una idea inovadora. Su mail, además de una foto que después he visto colgada en su blog, solo contenía una frase ("he vuelto, y tengo una propuesta para hacerte... Una orgia de letras y fantasías deslizandose por las penumbras callejuelas de mi panteón abandonado") y un link a su blog.

Allí me he encontrado con un post que nos invitaba ha escribir en su blog, abriéndonos sus puertas de par en par. Me ha faltado tiempo para sumarme a esta revolución, a este ofrecimiento desmesurado, a esta orgía en que se puede convertir Las fantasías de Afrodita.

Mi contribución a la orgía ya está publicada, y espero que la dulce Afrodita esté satisfecha con ella.




P.D. del 19 de junio de 2006

En previsión de que el blog de la dulce Afrodita pueda desaparecer, incluyo aquí el texto que publique en el mismo.

El la espera de mi Diosa Afrodita escribí...

necesito que regreses,
necesito de tus letras,
necesito de tus imagenes.
mi sexo solo te desea a ti.
desea que lo acaricies,
que lo tomes en tus manos,
que tu boca humedezca toda su longitud
que tus labios de seda rocen su contorno
que tu lengua lama esa punta rosada
que desea darte su semen para llenar tu boca.
y luego, sin decrecer, tomarte,
introducirme dentro de ti,
hacerte estallar a ti en un orgasmo,
en otro, en otro, y poder degustar tu néctar,
y lamer todo tu sexo, húmedo, caliente.
y deseoso de más, preparo tu culo,
para recibir mi polla, de nuevo palpitante,
gruesa, deseando más de tí, a cada momento,
mientras tu permaneces con lo ojos cerrados,
disfrutando, gozando, hasta que me pidas que pare,
que no puedes más, que tu cuerpo no resiste más placer.
y yo permaneceré a tu lado, acariciando toda tu piel,
tu pecho desnudo, tu cintura delicada, tus muslos tersos
que guardan tu coño, rebosante, precioso.
aquí estoy, esperando complacerte.
cuando tu lo desees.
esperando tu placer.
deseando tu sexo.
humbert

p.d. gracias por la invitación a esta orgía en que has convertido tu casa. un placer.

viernes, 24 de febrero de 2006

Dos noches




















Abro tus piernas
Beso tus muslos
Muevo mi lengua
Sobre tu rosada piel
Hasta que mi boca
Se llena con tu placer
Mis ojos miran
Más allá de tu ombligo
Para descubrir
Entre tus senos
Tu rostro extasiado
Tus ojos cerrados
Mientras tus manos
Acarician mi cabello

Me invitas
A penetrar en ti
Tu húmedo sexo
Recibe mi sexo
Acariciándolo
En tu interior
Tus piernas
Rodean
Mi cintura
Empujándome
Con fuerza
Y recibes el fruto
De mi orgasmo
Con tus ojos
En la profundidad
De los míos

Han sido dos noches
De placer sin límites
Hemos disfrutado
De nuestros cuerpos
Hasta el agotamiento
Pero no habrá más
Porque así es la vida
Porque así lo ha decidido el destino

sábado, 28 de enero de 2006

Porque ella también lo desea

Sus mensajes no habían dejado lugar a equívocos respecto a sus intenciones. Y yo sentía una atracción irresistible por ella. Citarnos en aquella habitación de hotel había sido una consecuencia lógica de todo el proceso de tensión sexual de nuestra relación a distancia. Ahora, allí estábamos los dos, desnudos, frente a frente, sin tocarnos todavía, aguantándonos todavía nuestras ganas de acariciarnos. Hasta ese momento ni siquiera nos habíamos dado la mano. Lo habíamos evitado. Solo pensar en rozar su piel, hizo que mi polla creciera dentro del pantalón cuando nos dijimos: “hola” en el hall del hotel, unos minutos antes. Sabía que no la podría tocar hasta que estuviéramos en la habitación.

-"¿de verdad que me dedicarás todas tus atenciones como decías en tu mail? mira que soy caprichosa..."-me dijo con una mirada entre Lolita y lasciva. Me acerque a ella sin apartar mi vista de sus ojos. Mis manos rodearon su cintura y descendieron para apretar su culo con mis dos manos, acercando su sexo al mío: -"mi niña perversa, no dudes nunca en reclamar lo que creas tuyo, yo estaré siempre dispuesto a proporcionártelo"-. Ella cruzó sus brazos por detrás de mi nuca, fundiéndonos en un abrazo desnudo que se cerró en un beso salvaje. Mis manos subieron por su espalda, camino de su nuca. -"No me sueltes"- alcanzó a decir, en el tiempo que sus labios se separaban de los míos para lanzarse sobre mi cuello. -"Apriétame fuerte contra ti"- me dijo antes de empezar a mordisquearme el cuello. Mis manos bajaron de nuevo hacia su culo, duro, perfecto. Mi polla se desplazaba arriba y abajo por su pubis a cada movimiento de mi cadera. Ella abrió sus piernas, invitándome a que penetrará entre ellas. Sus dientes habían dado paso a su lengua, que me lamía suavemente la piel enrojecida por los mordiscos. Su cálido aliento no hacía más que erizar todo lo que estaba a su alcance. Mis dedos se mojaron nada más llegar a las cercanías de, lo que ella había definido como "la cueva de la loba". Su mano descendió hasta alcanzar mi pene, ya palpitante de excitación. Movió sus dedos arriba y abajo, al tiempo que con un suave movimiento lo introdujo en su lubrificada vagina. Seguí con mis movimientos de cadera, pero ahora estos se transformaban en rítmicas penetraciones de mi polla. Poco a poco nuestros cuerpos unidos se fueron desplazando hasta que su espalda topó con la pared. Mis penetraciones se hicieron más profundas y rápidas. Ella empezó a jadear al tiempo que giraba su cabeza ofreciéndome su esbelto cuello. Mis labios empezaron a besar su clavícula y fueron subiendo por su tersa piel hasta cerrar mi boca en el lóbulo de su oreja, acariciándolo con mi lengua. Una de mis manos ascendió lentamente por su vientre hasta alcanzar su pecho, que se estremeció al contactar mis dedos con su pezón. Su espalda se arqueó, sus ojos se entrecerraron, sus manos en mi espalda me apretaron aún más contra ella. Sentí sus pezones erguidos en mi pecho y como sus piernas se cruzaban sobre mi culo. Toda ella descansaba sobre mis piernas y mi polla. Rodamos hasta que mi espalda descanso sobre la pared. Haciendo fuerza con sus brazos, consiguió que mi polla no dejara de entrar y salir de su coño. Nuestros cuerpos ya sudorosos estaban en una continua tensión.

-"Ya es hora de que te pruebe"- dijo ella sacando mi polla de su interior, y dejándose caer sobre sus rodillas frente a mí. Mi pene estaba erecto delante de su rostro. Lo observó lascivamente antes de introducírselo en la boca y empezar a lamerlo. Sus labios mojaban todo lo largo de mi polla cada vez que esta entraba y salía. Cuando sentí que el semen estaba a punto de hacerme estallar, con mis manos acerque más su cabeza a mi vientre, introduciendo mi polla por completo en su boca. Una vez sentí sus labios acariciando el principio de mis huevos me corrí, dejando escapar un profundo gemido de placer. Ella no dejo de lamer mi polla hasta que esta empezó a perder volumen dentro de su boca. Sus besos fueron subiendo por mi vientre, mi pecho y mi cuello hasta llegar a mis labios. Nuestras lenguas se fundieron en una sabrosa danza.


-"Eres un canalla"- dijo ella mientras me daba un cachetazo en el culo, en su camino hacía la ducha. Yo seguí con la mirada el movimiento de su culo. -"Que sepas que esto no se acaba aquí. Ahora eres todo mío y harás lo que yo te pida"- la oí que me decía desde el baño al tiempo que empezaba a correr el agua de la ducha. -"Siempre me has tenido. Pide un deseo y se hará realidad"- le fui diciendo mientras me dirigía al baño.

Los dos entramos en la ducha. Ella me miró y me susurró: -"deja que te dirija por mi anatomía"-. Yo tenía en una mano una esponja enjabonada y en la otra el extremo de la ducha. Ella cogió con sus manos mis dos muñecas y empezó a acompañar mis manos por su cuerpo, mojándolo, enjabonándolo, mojándolo otra vez. Recorrimos sus brazos, desde las depiladas axilas hasta la punta de sus dedos; su cuerpo desde ese fabuloso cuello, pasando por sus magnificas y sabrosas tetas, hasta llegar a su pubis, con un bello vello, depilado, cuidadosamente, para formar un triangulo exquisito. Mis manos se liberaron de sus guías y sus cargas para acariciar esos labios mayores, para separarlos, para dejar paso a mi lengua, deseosa de lamer y acariciar. Poco a poco los lametones fueron alargando su recorrido hasta alcanzar su clítoris, ya duro. Mis labios se concentraron en él hasta sentir la necesidad de mordisquearlo suavemente. Los dedos índice y corazón empezaron a girar un cuarto de vuelta cada vez que entraban y salían de aquella rosada cueva. Noté como su cuerpo se convulsionaba en el momento del orgasmo. Mis dedos notaron como los fluidos aumentaban en su interior. Después de seguir por unos momentos, me incorporé e introduje mi polla en su coño. Antes de que pudiera correrme, pude notar como ella cubría mi polla con su corrida. Nuestros fluidos se mezclaron dentro de ella, igual que nuestros cuerpos se confundían bajo el agua.

Y ahora que ha pasado el tiempo, espero una cita con ella; con esa mujer caprichosa, desconfiada, y deseada. Porque sé que disfrutaremos. Porque sé que ella también lo desea.

domingo, 4 de diciembre de 2005

Mordiéndonos los labios

Hacía cinco minutos que nos habíamos dicho adiós. Ella comparte piso con T., y después de una cena y unas cuantas copas con ellas, mi amigo A. y yo, las habíamos dejado en su piso. Llevé a A. hasta su coche y quedamos para la mañana siguiente ir a nadar un rato a la piscina del club deportivo. Nada más perder de vista a A., la llamé. "En cinco minutos estoy en tu casa". "No llames al timbre, yo te abró, no quiero que T. se entere".

Nada más llegar a su puerta me abrió. Me estaba esperando. Nos quedamos quietos, mirándonos. Toda la noche nos habíamos estado mirando, sin apenas decir nada más que generalidades. Los dos sabíamos lo que el otro quería. Nuestra atracción era clara, pero los cuatro trabajabamos en la misma empresa y no estaban bien vistas las relaciones entre empleados. Me cogió de la mano y me llevó con sigilo hasta su habitación. No pude esperar más. Le dí la vuelta y la bese. Ella llevó sus manos hasta mi nuca y acariciándome, presionó mis labios contra los suyos. Nos besamos con desesperación. Con la desesperación de no haber podido hacerlo durante toda la noche. Con la desesperación de no haberlo podido hacer en todo el día. Con la desesperación de no haberlo repetido desde ese beso furtivo en las escaleras que llevan a los archivos de la oficina. Empezó a desabrocharme la camisa mientras yo no hacía más que acariciar sus suaves cabellos, que disfrutar con esa sonrisa que se le dibujaba en los labios cada vez que levantaba la vista y nuestras miradas se cruzaban. Me fuí descalzando y quitándome los pantalones y los boxers. Ella solo tuvo que deslizar sus deliciosas manos por el nudo que sujetaba la bata azul que llevaba para dejar al descubierto su cuerpo desnudo. Nos convertimos en una maraña de brazos y piernas. Recorrí todo su cuerpo con mis labios. Su sexo estaba húmedo y sonrosado. Tumbados formando un perfecto 69, la visión de su sexo no hizo más que excitar más el mío. Mientras mis manos acariciaban sus muslos, mi boca saboreaba su sexo. Mi lengua separaba sus labios para introducirse un poco en ella con cada movimiento. Ella, con su mano, hacía crecer mi pene con suaves movimientos. Su clítoris era ya una perla dura que con cada caricia de mi lengua, hacía que ella dejara escapar un ahogado gemido. Ella acabó por meterse mi polla en su boca y empezó a deslizar sus labios por mi pene mientras su lengua lo acariciaba. No pude por más que cruzar mis brazos por encima de su culo y apretar más mi boca contra su sexo. Ella tambien intensificó su mamada, metiendose mi polla en su totalidad para despues sacarla y dejarla toda húmeda y palpitante, fría al contacto con el aire. Empezó a besarme alrededor de ella pero sin tocarla. deseaba que el calor que sentía ahora en mis labios, aplacaran esa sensación de frío y deseo. Ella me recibió dulcemente en su vagina y en su boca. Nuestras lenguas no dejaban de cruzarse mientras nuestros sexos se acoplaban perfectamente. Mi semen la inundó en silencio. Ella clavó sus uñas en mi espalda mientras tensaba todo su cuerpo, apretándolo contra el mío. Notaba que ella quería más. Quería llegar a sentir lo mismo que yo. Mi mano bajo hasta su coño, acariciando todo el recorrido por su cuerpo, antes de introducirme en su sexo. Mientras con dos dedos la penetraba, el pulgar no dejaba de acariciar esa perla que la hacía mover su cuerpo convulsamente. Mi lengua rodeaba el pezón del pecho que sujetaba con mi mano. Un pezón duro, sobresaliente, que coronaba un pecho perfecto y terso. No tardó mucho en mojarme por completo los dedos, que aún acariciaban su interior. Mordiéndose sus labios, aplacó las ansías de dejar escapar sus gemídos de placer. Aquella noche sufrimos y disfrutamos. Sufrimos por no poder dar rienda suelta a todos nuestros deseos al tener a T. en la habitación de al lado; y disfrutamos, disfrutamos, disfrutamos.

A la mañana siguiente no fuí a la piscina. Me excuse con A. y me quede en casa. Las marcas de mi espalda no tenían fácil explicación.

sábado, 12 de noviembre de 2005

Nunca las subestimes

Ella quería más, y yo no podía. Mi polla estaba flácida y sin vida después de tres orgasmos. Las copas de más en la discoteca empezaban a pasar factura. Pero ella no se rendía. Empezó a acariciarme y a besar mi sexo, para acabar introduciéndoselo en su jugosa boca. Obtuvo la respuesta que buscaba: mi pene en erección. Parecía funcionar independientemente del resto de mi cuerpo. Ahí estaba, completamente duro, pidiendo más. Yo parecía un simple espectador, ajeno a mi propio miembro, apenas consciente ya de lo que ocurría. Ella seguía chupándomela y lamiéndola, mientras que con su mano me acariciaba y apretaba, ahora suavemente, ahora más fuerte, mis vacíos huevos. "No hay más. Aprovecha que esta dura porque no creo que siga así mucho rato", alcance a decirle. Por un momento levantó su cabeza de mi sexo, y con voz desafiante me contestó: "pienso correrme con tu polla dentro; y tu también te vas a correr". No pude contener la risa. Dudaba mucho que con la borrachera que llevaba, pudiera hacer algo más aquella noche.

Ella se subió, dándome la espalda, como dejando claro que aquello no iba conmigo. Era un asunto entre ella y mi polla. Empezó a moverse rítmicamente. Yo veía como mi polla entraba y salía de su coño, pero casi no sentía placer con aquello. "No conseguirás que me corra" le insistí. Mis palabras no parecieron importarle lo más mínimo. Ella seguía disfrutando. Consiguió lo que deseaba. Se corrió. Se corrió como ya había hecho unas cuantas veces aquella noche. Sacó mi polla de su interior, le quitó el condón y empezó de nuevo a chuparla. Seguía erecta. Con un dedo empezó a jugar alrededor de mi ano. Al principio no me di cuenta, pero cuando intentó introducirlo dentro de mí, el nivel de conciencia subió. Su dedo entraba y salía por completo de mi interior. Poco a poco, y sin apenas esfuerzo por su parte, me sorprendió notar que ya eran dos los dedos. Mi polla seguía en su boca y yo ya empezaba a notar sus palpitaciones. Volvíamos a formar un todo único. Mi mente se centraba en el placer que estaba recibiendo mi cuerpo, sin preocuparse de nada más. Solo disfrutaba. El ritmo de sus dedos y de su boca se aceleró. Sus dedos se curvaron, acariciando la parte interior del ano más cercana al pene, y éste reaccionó al instante con una abundante explosión de semen, como si fuera el primer orgasmo de la noche. Ella seguía deslizando sus labios por todo el grosor de mi polla, hasta que notó que perdía su dureza. Me miró con cara de satisfacción. "No dudes nunca de mí. Siempre consigo lo que quiero". Aquella noche me quiso a mí.

sábado, 22 de octubre de 2005

Weekend en Londres (y III)

Rebeca encendió un cigarrillo, y poco a poco el humo inundó la habitación. Marina se resguardo sobre mi pecho mientras me acariciaba. Al acabar el cigarrillo Rebeca se unió a ella. Sus caricias hicieron que esos minutos de relax me sintiera el hombre más deseado del mundo. Las dos se dedicaban a pasearse por mi cuerpo. Cuatro manos, dos bocas, un placer. Mi polla volvió a recuperar todo su grosor y firmeza, bajo la mirada complacida de mis dos amantes. Ellas se miraron y sonrieron. Sus labios besaron cada centímetro de mi pene. Rebeca se lo metió en la boca y empezó a chuparlo, apretando sus labios y pasando su lengua alrededor de la punta. Marina bajo su cabeza y empezó a jugar con mis huevos en su boca. Primero uno y después el otro. Cerré los ojos y me deje llevar a ese paraíso de placer que sólo dos mujeres pueden crear.

Noté como subían sobre mi polla y empezaban a moverse rítmicamente. Marina tenía mi polla dentro de ella, contrayendo su vagina a cada golpe de cadera. Rebeca le acariciaba los pechos, apretándolos, besándolos, sujetándolos. Marina aceleró sus movimientos, mientras arqueaba su espalda, ofreciéndole a Rebeca aquellos dos perfectos senos. Era su momento. Yo conocía algunos de los gustos de Marina. Habíamos tenido conversaciones de bar mucho más interesantes que las clases a las que no habíamos asistido. Entre risa y risa, siempre acabábamos hablando de sexo. Dulcemente cambiamos de postura, colocando a Marina a cuatro patas. Seguí follándola, mientras Rebeca me acariciaba y me besaba ahora a mí. Yo le correspondí pasando mi mano por su cuello y sus pechos, sin dejar de penetrar a Marina. Rebeca subía y bajaba sus manos por mi pecho. Mis dedos acariciaban el perfecto culo de Marina. Mi mano se quedó en esa separación por la que un poco más abajo mi polla la penetraba. Mis dedos empezaron a acariciar un agujero que enseguida empezó a abrirse a mis atenciones. A Marina le encantaba, yo lo sabía. Un dedo entró, y un poco más tarde un segundo le acompaño. Mi polla no tardó en sustituirlos. El camino se adaptó rápidamente a ella, momento que empecé a follarla. Rebeca no nos quitaba ojo. Aquello era nuevo para ella. Pase mi mano por su pelo y le acaricié su cuello, su nuca. Ella me miró. "Todo está bien", le dije con la mirada. Ella me sonrió y se tendió en la cama. Una de sus manos fue al coño de Marina y con la otra empezó a acariciarse su propio sexo. Marina subió de tono sus gemidos. No le gustaba quedarse con ganas de nada. Y menos cuando estaba disfrutando de dos amantes, que le proporcionaban un placer, que le llevó hasta el orgasmo. Yo me corrí en su culo.

¿Londres? Lo visitamos al día siguiente, con la nieve aún en el suelo. Pero en mi mente siempre estarán dos joyas de la corona que disfruté privadamente.

sábado, 15 de octubre de 2005

Weekend en Londres (II)

Su habitación estaba dos puertas más allá de la mía. Las maletas, aún sobre la cama, acabaron en el suelo enmoquetado. Marina era la que dirigía. Le gustaba sentirse poderosa. Con dos movimientos de muñeca su vestido cayó al suelo. Se quedó vestida con un conjunto negro, clásico, liso. No necesitaba más para destacar. Se acercó a mí y sin mediar palabra, me quitó la camiseta y empezó a desabrocharme los tejanos que me había puesto para llegar hasta su habitación.

Rebeca se mantenía alejada, mirándonos. La presencia de Marina había frenado sus primeros impulso. "Ven, acércate", le dije, con la voz más tranquilizadora que pude, mientras le tendía mi mano. Cuando la tuve a mi lado la besé, como había hecho unos minutos antes en mi habitación. Marina acariciaba todo mi cuerpo, al tiempo que yo volvía a desnudar a Rebeca. Una vez desnuda, la tendí sobre la cama y Marina y yo nos dedicamos a explorar todo su cuerpo. Marina empezó por su cuello, llegó hasta su oreja y empezó a jugar con su lengua en ella. Yo acariciaba su vientre, descendiendo hacía sus muslos. Aún llevaba puestas unas braguitas blancas muy finas. Pase mi mano por encima de la tela. Note como sus músculos se contraían. Marina ya había llegado a los pechos de Rebeca y estaba lamiendo sus rosadas areolas. Los pezones empezaron a mostrarse, a la vez que se endurecían. Rebeca estaba completamente abandonada a nuestras atenciones. Los ojos cerrados, la cabeza ladeada y los labios entreabiertos dejando escapar pequeños gemidos de placer. Mi mano se coló entre la tela y su pubis. Acaricié su coño, perfectamente depilado, y baje hasta llegar a su húmedo sexo. Con el dorso de la mano separé la tela y con mis dedos empecé a acariciar y pellizcar los labios de su coño. Rebeca se movió ligeramente. Marina estaba ahora besándola en la boca, sus lenguas estaban acariciando los labios de la otra. Sus manos jugaban con los dedos de la otra. Yo empecé a lamer los labios de su coño, al tiempo que iba separándolos más y más, para así poder llegar más dentro de ella. Mi lengua recorría su sexo, llegando cada vez más cerca de su clítoris, hasta que lo noté duro en mis labios. Me centre en su placer. Mis labios lo acariciaban suavemente mientras mi lengua lo tocaba levemente. Sus manos me acariciaban el cabello, apretando mi cabeza contra su sexo.

Marina dejó de acariciar y besar a Rebeca para empezar a acariciarme a mí. Sus manos recorrieron toda mi espalda hasta llegar a mi culo. Lo apretó con fuerza para pasar después una de sus manos por debajo de él hasta llegar a mis testículos. Jugó un rato con ellos para alcanzar por fin mi polla, ya en erección. Empezó a subir y bajar su mano por ella. Yo me abrí un poco de piernas para facilitarle el acceso. Mis dedos empezaron a follar a Rebeca. Entraban poco a poco, para después girar en su interior, y volver a salir. Primero a ritmo lento, para ir acelerando conforme su vagina se dilataba y humedecía. Marina ya tenía mi polla en su boca y estaba follándome con ella. No chupaba, me follaba deslizando sus húmedos labios desde el glande hasta la base de mi pene erecto. Aquella follada hizo que yo acelerará aún más mis dedos en el coño de Rebeca. Ya eran cuatro. No podía esperar más. Tenía que penetrarla. Mi polla estaba a punto de estallar en la boca de Marina, que ahora se dedicaba a chupar, lamer, mordisquear mi sensible glande, a la vez que su mano me pajeaba. Saqué la polla de su boca y la metí en Rebeca. Entraba y salía de aquel maravilloso sexo, mientras Marina iba acariciándonos. Nos corrimos. Me deje caer al lado de Rebeca. Marina se puso encima de mí y mirándome fijamente me dijo: "eeeh, solo un momento ¿vale? Todavía tengo que disfrutar yo. Y no me conformaré con algo normal darling". Rebeca asomó su cabecita por encima del hombro de Marina:"¡Y yo quiero repetir! La noche es larga y fuera hace mucho frío como para salir". Miré por la ventana y pude ver como empezaba a nevar. ¿Dónde iba a estar mejor que con aquellas dos diablillas, que con aquellos dos ángeles?

domingo, 9 de octubre de 2005

Weekend en Londres (I)

Durante mi segundo año de carrera universitaria, después de los parciales de febrero, un grupo pensamos que lo mejor para descargar tensiones sería un fin de semana en Londres. El martes lo decidimos y el jueves por la tarde tomábamos el avión con una de esas ofertas de último minuto. Yo estaba a punto de cumplir los veinticinco, por lo que sacaba unos años a mis compañeros de estudios, y ejercía un poco de padre de familia. Nos distribuimos en habitaciones dobles, chicas con chicas y chicos con chicos. Todo muy polite. Unos cuantos dejaron las maletas sin deshacer y se fueron a pasar la noche por los alrededores de Picadilly Circus. Entre ellos estaba mi compañero de habitación. Otros no tenían tanta prisa y se permitieron el lujo de deshacer las maletas y tomar una ducha, mientras decidían que hacer esas primeras horas en Londres. Yo era uno de esos.

Ya me estaba vistiendo para salir a dar una vuelta cuando llamaron a la puerta. Era Rebeca, una de mis compañeras de clase. En diciembre había cumplido los veinte, y le sentaban de maravilla a ese cuerpo con finas curvas. Su media melena castaña estaba mojada, y en su mano llevaba un secador de pelo. “Si no te molesta, necesitaría usar uno de los enchufes. Mercè está secándose el pelo y el otro enchufe no funciona. ¿Puedo pasar?”. ”Claro faltaría más”. Yo llevaba aún la toalla anudada a la cintura y solo me había puesto por encima la camisa sin abrochar siquiera. Ella llevaba unos tejanos de esos que se ajustan al cuerpo como un guante, y una simple camiseta. “Puedes pasar al baño, yo ya me estoy cambiando. Recojo mis cosas y todo tuyo”. Mientras ponía mis cosas de aseo en el neceser, ella paso por detrás de mí para conectar su secador de pelo. Nuestras miradas se cruzaron en el espejo. Una de sus manos pasó por debajo de mi brazo hasta llegar a mi pecho. “Me gustan los hombres de pelo en pecho” dijo mientras me acariciaba el torso desnudo. Su mano descendió hasta mi ombligo, donde el vello asciende desde la zona púbica. “Eso ya no es el pecho Rebeca”, le dije con una sonrisa en los labios. “¿Y te molesta?” contestó ella mirándome como no le había visto nunca hacerlo. No pude resistir más y la bese. Sus labios eran dulces, de fresa, y su lengua enseguida busco la mía. Sus manos desanudaron la toalla de mi cintura, cayendo al suelo y dejando mi sexo al descubierto. Sus manos lo tomaron delicadamente y empezaron a acariciarlo. La erección fue creciendo a la vez que yo le quitaba la camiseta dejando al descubierto sus pequeños pechos de un blanco inmaculado. Y es que su piel era blanca, sin imperfecciones, suave como la de un melocotón. Mientras yo le besaba los pechos, ella seguía acariciándome el sexo, que ya había llegado al grado máximo de excitación. Nos tumbamos en la cama y ella empezó a besarme el cuello, descendiendo por el pecho hasta llegar a mi polla. La tomó con sus labios y empezó a chupar solo la punta. Sus labios ascendían y descendían húmedos sobre mi glande. Su mano seguía pajeándome lentamente. Retiré su pelo mojado del cuello y empecé a acariciarlo suavemente. Noté como la piel reaccionaba bajo mis dedos. Ella empezó a bajar más sus labios introduciéndose más mi polla dentro de su boca. El ritmo se aceleró.

En aquel momento llamaron a la puerta. Nos incorporamos enseguida, yo me volví a anudar la toalla a la cintura y ella se puso la camiseta. Era Marina. “¿Está aquí Rebeca?”. Marina era mayor que Rebeca,(veintitrés calculo yo que tendría en aquella época) una melena morena rizada y unos enormes ojos color miel que enamoraban a primera vista. “Sí, pasa”. Marina se quedo mirando a Rebeca “¿Qué te pasa?” Rebeca estaba colorada. Le habían subido los colores a la cara. “¿Qué estabais haciendo?” dijo mirando primero a Rebeca, que tenía la mirada clavada en el suelo, y después girándose hacia mí. Acercándome a ella le dije: “¿Tú que crees?”. “Creo que sabes que la que tendría que estar aquí soy yo y no ella”. Marina y yo siempre habíamos tenido muy buena química, y siempre nos estabamos lanzando indirectas. “Yo me voy a mi habitación”, dijo Rebeca que continuaba roja como un tomate. Marina se acerco a ella y le dijo algo al oído mientras le ponía sus manos en los hombros. Después de hablar con ella, la cogió de la mano y las dos se acercaron a mí. Marina me susurró a un centímetro de mi oreja: ”Esta noche Londres tendrá que esperar. ¿Podrás con dos?”.

sábado, 24 de septiembre de 2005

de Madrid, al cielo

Dos o tres veces al año, viajo a Madrid por motivos laborales. Una de esas visitas se produce a principios de año, coincidiendo con una feria internacional del sector. Ya hace cuatro años que esa cita es doble: con la feria y con Mónica. Nos conocimos hace cinco años. Ella es andaluza, y creo que no puede haber una mejor representante de la belleza del sur. Cuerpo con curvas, morena de pelo largo y liso, piel canela y una sonrisa que encandila. Ese primer año solo estuvimos tonteando, coqueteando, o como quiera decirse. Yo creo que ese dejar la miel en los labios hizo que al año siguiente no hubiera prácticamente prolegómenos. El primer día de feria ya acabamos juntos en mi habitación de hotel. Porque hasta en eso el destino nos era favorable. Nuestras empresas reservaban el mismo hotel.

Nuestro último encuentro fue en enero de este año. Siempre quedamos en mi habitación. Yo viajo solo, y Mónica comparte la habitación con una compañera del trabajo. A ella le dice que pasa la noche con una antigua amiga suya de facultad que ahora vive en Madrid. Es uno de los pocos datos biográficos que conozco de Mónica. Ni yo ni ella nos hemos explicado nuestras vidas, no sé si tiene novio, esta casada, tiene hermanos....simplemente tenemos una relación sexual una vez al año.

Ella llamó a la puerta de mi habitación. Había cambiado su elegante traje chaqueta y pelo recogido por unos tejanos, una camiseta blanca y el pelo suelto. Nada más cerrarse la puerta nos comimos a besos literalmente. Le encanta mordisquearme los labios, el cuello, y todas las partes de mi cuerpo que puede alcanzar. Acabar en la cama desnudos, fue cosa de minutos. La tendí sobre las sabanas blancas, que aún resaltaban más su color de piel. Me encanta su piel, morena, suave. Me encanta acariciarla, besarla. Empecé por sus brazos, que ella tenía extendidos, sujetándose con sus manos a la cabecera de la cama. Pase suavemente por sus axilas. Note como su cuerpo se tensaba al pasar por la base del pecho. No se lo toque. Baje hasta su ombligo. Con mi lengua hice círculos entorno a él. Ella apretó la cabecera con más fuerza. Deje de lado su sexo, y fui besándole el interior de los muslos. Ella abrió más las piernas, como invitación a comérselo todo. Soltó sus manos de la cabecera para acercar mi cabeza a su húmedo coño. No era todavía el momento. Quería que aquello durara más. Cogí mi corbata de la mesita de noche y la até suavemente a la cabecera de la cama. Ella me miró con cara de desesperación y deseo: “Cómemelo ya”. “Todo a su tiempo”. Antes de volver a sus muslos, pase mi mano suavemente por todo su costado. Podía notar su cuerpo en tensión. Cuando llegue a la cadera, pase mi mano por encima del vello de su sexo, solo acariciando las puntas del vello. Ella giró la cabeza con gesto de placer, mientras cerraba sus ojos. Mis labios se acercaron y mi lengua empezó a lamérselo. Al mismo tiempo con dos dedos, busque su clítoris que ya estaba muy duro. Su respiración se hacía cada vez más rápida. Su excitación era cada vez mayor. Seguí lamiéndola pero al mismo tiempo busque mi polla y empecé a acariciarme. Estaba dura y a punto. Suavemente la penetré. Su vagina estaba caliente y muy húmeda. Nos besamos, nuestras lenguas se cruzaron una y otra vez. Noté como su jugo rodeaba toda mi polla, que seguía follándola. Cada vez más rápido. Acaricié sus hermosos pechos. Con una última envestida me corrí. Le solté las manos, que rápidamente me cogieron del pelo y me estiraron la cabeza hacia atrás. Sus ojos se clavaron en los míos: “todo el año pensando en estos días, y tu aún alargas más la agonía. Eres malo...Te deseo”. Me mordió el cuello y me dejo marcados sus dientes en mi carne.

A la mañana siguiente ella se fue. Por suerte su mordisco quedaba oculto bajo el cuello de la camisa y la corbata. Continuaba sin saber nada de ella a parte de su nombre de pila, la carrera que estudió, la empresa para la que trabajaba y la ciudad donde vive. Pero sabía que el próximo año nos volveríamos a encontrar en una habitación de hotel. En Madrid. Y como dicen: de Madrid al cielo.

viernes, 16 de septiembre de 2005

Carolina en "Bagdad"

Antes de que llegara el verano, una noche ociosa de martes, Carolina y yo estabamos en el piso, yo escribiendo en el ordenador y ella ojeando un periódico. "Humbert, ¿tu has ido alguna vez al Bagdad?". La pregunta me sorprendió. "Por qué lo preguntas?". "Acabo de ver un anuncio en el periódico: Sala Bagdad. Porno en vivo. Espectáculo impactante...pero no te hagas el remolón. ¿Has ido o no?". "Un par de veces. Dos despedidas de soltero". "¿Y cómo es?", me preguntó con esa voz entre inocente y perversa que tan bien sabía entonar. Me gire hacía ella: "¿Por qué no vamos y lo ves con tus propios ojos?". Ella se puso tensa un momento: "Pero, ¿pueden entrar mujeres?". "Sí, claro". Ví atravesar por sus ojos aquella chispa de curiosidad que tantas veces le había visto. "Venga, vamos". No se si fui yo o ella misma la más sorprendida por las palabras que acababa de pronunciar.

No había mucha gente, dos hombres que por como miraban a su alrededor era la primera vez que entraban en el local, un habitual de la casa al que todos los empleados saludaban, otra pareja, y nosotros. Elegimos sentarnos en los asientos del lateral más alejado de la entrada. Cuando llegamos, en el escenario ya había una pareja haciendo su número. Los dos estaban de rodillas y ella le estaba chupando la polla con verdadero deleite, mostrando su coño a los espectadores a medida que la plataforma circular iba dando vueltas lentamente. Una música de fondo ambientaba la escena.

Carolina se acurrucó en su asiento. No quitaba ojo a la pareja del escenario. Yo en cambio, no podía quitarle ojo a ella. Sus expresiones, su mirada...podía notar su excitación. La pareja del escenario cambio de postura. Ella se tumbó sobre su espalda y él empezó a penetrarla mientras le sujetaba las piernas abiertas en alto. Carolina no perdía detalle. Poco a poco se fue relajando. La pareja volvió a cambiar de postura: ella se puso a cuatro patas y él empezó a sodomizarla. "Sabes, Humbert, nunca he practicado sexo anal". Carolina se estaba sincerando conmigo en medio de un espectáculo porno. Era una situación un poco surrealista. Yo no sabía que decir. Sólo se me ocurrió abrir la boca para soltar: "es una experiencia más en la vida. Ya tendrás tiempo de hacer eso y muchas más cosas. Aún eres joven". La pareja estaba llegando al final del show. Él sacó su polla de la chica y se corrió sobre el culo de ella. "Un aplauso para Bonnie and Clyde" se oyó por los altavoces. Me fije que tirado sobre el escenario había ropa imitando el vestuario de los gangsters de los años 30.

Las cortinas rojas se cerraron mientras preparaban el escenario para la siguiente actuación. "Hay poca gente" me susurró al oído. "Supongo que los fines de semana debe haber más espectadores". "¡Y que cerca estamos del escenario!" Todo en ella era nuevo, una sorpresa excitante. Las cortinas volvieron a abrirse y por los altavoces anunciaron "con ustedes las vampiresas del Bagdad". En el escenario había cinco bellezas en lencería, que ya estaban acariciándose unas a otras, besándose, lamiéndose. Poco a poco se fueron desprendiendo de la poca ropa que aún llevaban, quedándose unicamente con las medias y los zapatos de tacón. No dejaron de acariciarse, besarse, lamerse. Empezaron a introducir sus dedos y sus lenguas en los diferentes coños perfectamente depilados. Todas tenían unos cuerpos espléndidos. Unos pechos deliciosos. Unos culos más que apetecibles. Se pusieron todas en pie y fueron descendiendo del escenario, dirigiéndose a los diferentes espectadores que allí estabamos. Una rubia se acercó a nosotros e inclinándose sobre mí me dijo "¿Quieres que te la chupe un poco?" "¿Me lo prestas preciosa?". Carolina solo llegó a balbucear "Si él quiere..." La rubia me cogió de la mano y me llevó hasta el escenario. Allí estabamos los cinco espectadores convertidos en parte del espectáculo, con los pantalones bajados y con las vampiresas haciéndonos una felación, bajo la atenta mirada de las dos mujeres que habían quedado como público. Me chupaba la polla mirándome a los ojos. Sus manos apretaban mi culo hacía delante, introduciendo mi polla al máximo en su boca. La rubia sabía lo que hacía. Que me mirara a los ojos hacía aumentar el placer de la mamada. Cuando notó que faltaba poco para que me corriera, paró y se levantó. "Cariño, hasta aquí. No quiero sorpresas", y se despidió de mi con un beso en los labios.

"Gracias por participar en nuestro show. Un aplauso para nuestras vampiresas". Los cinco hombres bajamos del escenario mientras cerraban las cortinas. Cuando llegué a mi asiento, Carolina me esperaba ansiosa. "Nunca me lo hubiera imaginado. ¿Te has corrido?" "No. Me ha dejado a medias". Ella acerco su mano a mi entrepierna y noto mi polla, que seguía dura dentro del pantalón. Miró a un lado y a otro, comprobando que gracias a las cortinas del escenario nadie nos podía ver. Sacó mi polla del pantalón y empezó su propio espectáculo. Nunca me la había chupado con tanto ímpetu y deseo. Se la metió entera en varias ocasiones. Su lengua acariciaba todo el grosor de mi pene. Su mano me acariciaba los huevos que poco a poco también se iban endureciendo. Me corrí en su boca. Ella me la lamió hasta el final. Estaba dominada por la situación. No la había visto así en los meses que llevaba con ella. No esperamos a que acabara el espectáculo. Nos fuimos a casa a disfrutar de nuestro propio show.

viernes, 2 de septiembre de 2005

Instintos básicos

Aquella noche no teníamos ganas de hacer nada. Los dos en camiseta y ropa interior nos tiramos en el sofá. Ella recostó su cabeza en mi regazo. Yo le acariciaba el pelo mientras con el mando a distancia pasaba de un canal a otro. En un canal programaban “Instinto Básico”, la película protagonizada por Sharon Stone. Avanzada la película llegamos a una escena en la que un encendido Michael Douglas, a falta de poder follarse a Sharon Stone, se va con su ex, una psiquiatra. Nada más entrar en la habitación la empuja contra la pared, le arranca la blusa y el sujetador y la empieza a besar y a acariciar con brusquedad. Le sube la falda y la empuja contra un sofá, rompiéndole las bragas al mismo tiempo que se baja los pantalones. La penetra por detrás sin contemplaciones. La agarra con fuerza por el cuello y empuja su cabeza hacia atrás. Esta completamente dominada por él.

Mi bóxer empezó a dejar intuir la erección que estaba teniendo. Sandra se dio cuenta de la situación. Me miró con ojos de viciosa. No cruzamos ni una palabra. Bajó el elástico de mi bóxer para dejar libre mi polla. La acarició suavemente hasta que llego a su tamaño máximo de erección. Sus labios empezaron a juguetear con ella. La punta de la lengua salía de su boca para ir humedeciendo mi capullo. La película seguía en la televisión pero ya no le prestábamos atención. La cogí por los brazos y la deje sobre la alfombra a cuatro patas. Ella se quito la camiseta mientras yo le bajaba el coulotte. La penetré con fuerza, sujetándola por encima de sus hombros para profundizar todo lo posible con mi polla en su vagina. Con cada penetración Sandra soltaba un gemido, entre placer y dolor. Metí mi dedo índice en su boca. Ella lo chupo moviéndolo de un lado a otro de la boca con su lengua. Así lubrificado empecé a trazar círculos en el esfínter de su culo, sin dejar de penetrarla. Podía ver como poco a poco el camino se iba abriendo. Introduje mi dedo y empecé a follarla con él. Cada vez dilataba más. Ahora ya podía meterle dos dedos. Cuando ya los dos dedos entraban y salían con facilidad, saque mi polla de su húmedo coño y se la metí en el culo. Hasta el fondo. Bruscamente. Ella dejo escapar un grito. Empecé a follarla rápidamente, sujetándola por las caderas. Ella empezó a gemir más fuerte. Me corrí. Había sido sexo sin contemplaciones. Duro. Sucio. Sólo instintos básicos.

sábado, 27 de agosto de 2005

Samba do Brasil

Ayer tocaba cena y copas con los amigos. Íbamos a celebrar que Miguel, por fin, se había quedado como único dueño del pub que tenía a medias con un socio capitalista. Por fin había comprado la parte que le faltaba, y eso había que celebrarlo.

La cena transcurrió entre risas y brindis. Al acabar, todos al pub de Miguel. Ahora se podía decir con todas las letras. Las rondas corrían a cuenta de la casa. Hacía las dos el local estaba lleno de gente. Pero yo no podía quitarle los ojos a Bárbara, la animadora-camarera-gogó que hacía un par de meses había contratado Miguel “para animar a la clientela. Las brasileñas son la ostia para eso”. Paula no destacaba tanto como otras compatriotas suyas. No tenía un pecho desproporcionado, ni un trasero inabarcable, pero bailaba y movía las caderas siguiendo el ritmo de la música como una perfecta brasileira.

En ese momento se encontraba haciendo un descanso. Yo ya había entablado conversación con ella en otras ocasiones, y teníamos una relación cordial. Yo le gastaba bromas, haciendo ver que me insinuaba, diciéndole que no sabía lo que se perdía, que era un gran amante, para después reírnos los dos de mis ocurrencias. A mí siempre me había atraído, pero no quería ser el típico tiburón que va detrás de las gogós y las camareras de discoteca.

Me acerque.”Hoy el local está que revienta, ¿verdad, Paula?”. “Hoola, mininho. Pues como cada día, pero como hace mucho que no vienes...”. Me hacía gracia que me llamará mininho cuando soy 5 años mayor que ella. “El conjunto que llevas hoy parece que te molesta al bailar”. Llamar conjunto a lo que Paula llevaba puesto era ser muy generoso. El top de un mini-bikini con la bandera de Brasil y unos shorts-shorts de licra blanca dos tallas más pequeños de lo que Paula necesitaba (y que dejaban escapar parte de los cachetes de su culo) no pueden considerarse un conjunto. Por supuesto el piercing del ombligo quedaba bastante lejos de estar cubierto por esos shorts. Por la parte delantera, no debían medir más de diez centímetros de tiro. “No, el conjunto esta bien, lo que me está matando es el tanga”. “Pues quítatelo” le dije inocentemente. Ella me miró con los ojos entornados. “Pues no puede ser. No quiero que se me marque el Piercing”. No sabía que también tenía uno ahí. Los del ombligo y la ceja son evidentes. El de la lengua, se ve si te fijas en esa boca carnosa, de labios sabrosos con los que acaricia las palabras, medio en castellano, medio en portugués. Pero el de los labios del coño sólo lo puedes disfrutar follando con ella.

“Qué lindo, mininho, te pusiste colorado”. La verdad es que me pillo de sorpresa y no pude reaccionar de otra manera. Dijo “Ven” y cogiéndome de la mano me llevo hasta el cuarto que usaban para cambiarse, como llevan al cordero al matadero. Mientras cerraba la puerta detrás de mí, ella que se había adelantado unos pasos se bajó los shorts de espaldas a mí, mostrándome en todo su esplendor ese hermoso culo que hacía un rato había admirado en la pista. El tanga era verde, y como vi cuando lo dejo encima del sofá, también iba adornado con la bandera de Brasil. Sin volverse en ningún momento agarró de nuevo los shorts y se los volvió a poner. Se giró y se acerco a mí. “Ves, así se marca todo”. De lo que menos tenía que preocuparse era de la bolita del piercing, que apenas se apreciaba. Lo de escándalo era esa raja en la que la licra blanca parecía ser abducida.

No pude hacer nada más que dejarme caer en el sofá. Demasiadas copas y esa visión tan cercana me estaba dejando k.o. Ella se me tiró encima dejando a la altura de mis labios sus dos tetas. Con un ágil movimiento separo la tela del bikini y dejó sus dos pechos al descubierto, desafiantes. Mi lengua recorrió el pecho de la base hasta el mugrón, donde se entretuvo humedeciendo la aureola con pequeños movimientos circulares. Enseguida note como se endurecía en mi boca. Ella me cogió del cabello y apretó mi cabeza en su pecho. Al instante, y sin soltar mi cabello mi tiró la cabeza hacía atrás y nos besamos. Nuestras lenguas se exploraron con frenesí. El piercing en la lengua era un aliciente más. No podía por más que imaginar lo que sería que me chupara la polla acariciándola con esa bola metálica.

Sin separarnos me baje la cremallera de los pantalones y liberé mi polla de los calzoncillos. Estaba ya dura y completamente erecta. Ella con un breve gesto apartó el pequeño short dejando al descubierto su coño. Cogió mi polla y se la introdujo completamente de un solo golpe de cadera. Note su coño húmedo y dilatado. Paula empezó rítmicamente a follarme como una posesa. “Así, dame más, dame más”. Alternaba sus movimientos de vaivén con movimientos circulares que hacían que mi polla se pasease por toda la pared de su vagina. La samba que estaba bailando sobre mi polla se aceleró. Paula apoyó sus dos brazos en la pared que tenía sobre mi cabeza y apretó con más fuerza su culo contra mis muslos. Mi polla no podía entrar más en ella. Con dos movimientos más de cadera mi corrí y mi semen inundó su coño. Ella descendió su cabeza sobre la mía y me beso tiernamente. “Ahora bailaré más cómoda y relajada mininho. Gracias”.