Rebeca encendió un cigarrillo, y poco a poco el humo inundó la habitación. Marina se resguardo sobre mi pecho mientras me acariciaba. Al acabar el cigarrillo Rebeca se unió a ella. Sus caricias hicieron que esos minutos de relax me sintiera el hombre más deseado del mundo. Las dos se dedicaban a pasearse por mi cuerpo. Cuatro manos, dos bocas, un placer. Mi polla volvió a recuperar todo su grosor y firmeza, bajo la mirada complacida de mis dos amantes. Ellas se miraron y sonrieron. Sus labios besaron cada centímetro de mi pene. Rebeca se lo metió en la boca y empezó a chuparlo, apretando sus labios y pasando su lengua alrededor de la punta. Marina bajo su cabeza y empezó a jugar con mis huevos en su boca. Primero uno y después el otro. Cerré los ojos y me deje llevar a ese paraíso de placer que sólo dos mujeres pueden crear.
Noté como subían sobre mi polla y empezaban a moverse rítmicamente. Marina tenía mi polla dentro de ella, contrayendo su vagina a cada golpe de cadera. Rebeca le acariciaba los pechos, apretándolos, besándolos, sujetándolos. Marina aceleró sus movimientos, mientras arqueaba su espalda, ofreciéndole a Rebeca aquellos dos perfectos senos. Era su momento. Yo conocía algunos de los gustos de Marina. Habíamos tenido conversaciones de bar mucho más interesantes que las clases a las que no habíamos asistido. Entre risa y risa, siempre acabábamos hablando de sexo. Dulcemente cambiamos de postura, colocando a Marina a cuatro patas. Seguí follándola, mientras Rebeca me acariciaba y me besaba ahora a mí. Yo le correspondí pasando mi mano por su cuello y sus pechos, sin dejar de penetrar a Marina. Rebeca subía y bajaba sus manos por mi pecho. Mis dedos acariciaban el perfecto culo de Marina. Mi mano se quedó en esa separación por la que un poco más abajo mi polla la penetraba. Mis dedos empezaron a acariciar un agujero que enseguida empezó a abrirse a mis atenciones. A Marina le encantaba, yo lo sabía. Un dedo entró, y un poco más tarde un segundo le acompaño. Mi polla no tardó en sustituirlos. El camino se adaptó rápidamente a ella, momento que empecé a follarla. Rebeca no nos quitaba ojo. Aquello era nuevo para ella. Pase mi mano por su pelo y le acaricié su cuello, su nuca. Ella me miró. "Todo está bien", le dije con la mirada. Ella me sonrió y se tendió en la cama. Una de sus manos fue al coño de Marina y con la otra empezó a acariciarse su propio sexo. Marina subió de tono sus gemidos. No le gustaba quedarse con ganas de nada. Y menos cuando estaba disfrutando de dos amantes, que le proporcionaban un placer, que le llevó hasta el orgasmo. Yo me corrí en su culo.
¿Londres? Lo visitamos al día siguiente, con la nieve aún en el suelo. Pero en mi mente siempre estarán dos joyas de la corona que disfruté privadamente.
8 comentarios:
buena narrativa erótica, volvere a leerte mas detenidamente.
Saludos
Y el relato termina donde todo realmente empieza... será cierto que los caballeros "no tienen memoria" ;-)
Ups, pensé que había comentado en Weekend en Londres I, ok, terminaré de leer. =)
ya no soy un caballero?
lástima. no te pierdas el próximo post.;D
un placer
Posiblemente, seas un caballero, posiblemente eso de que "los caballeros no tienen memoria" sea sólo una frase.
prefiero pensar que no lo soy.
aunque creo que a mi pesar soy demasiado correcto. me gusta pensar que el punto canalla domina más veces que el otro.
...aunque sea mentira.
Humbert, ese tipo de dilemas generalmente lo tienen las chicas, que no saben si son demasiado santas o demasiado perversas. Good luck!
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