viernes, 19 de agosto de 2005

Esperando el regreso

Sé que no soy original pero a mi obsesión habitual por el sexo, le he añadido otra obsesión: la comida. Y todo gracias a Jenny. Jenny es una jovencita colombiana que trabaja de camarera en el restaurante al que habitualmente voy a comer. No tendrá más de 20 ó 22 años, y mueve su metro cincuenta de altura como solo las mujeres saben hacerlo. Pero donde de verdad mata es en las distancias cortas, cuando te pregunta con esa voz melosa “¿Qué desea hoy?”, mirándote con esos ojos verde esmeralda de actriz de cine.

Pues bien, hoy he ido al restaurante igualmente, aunque tenía la tarde libre. En verano es mejor condensar el trabajo en las productivas mañanas más que en las bochornosas tardes. Como siempre hemos tenido nuestro coqueteo en el momento de tomar la comanda. Estaba especialmente guapa. Ya hace unos días que me comentó que como al mediodía tienen menos trabajo por las vacaciones de la gente de las oficinas de alrededor, aprovechaba para salir antes e ir a tomar el sol a la playa hasta que volvía al trabajo para las cenas. Y esos baños de sol le han sentado de maravilla.Tiene un tono dorado en su piel que adquiere un brillo especial con ese poco de sudor que aparece de ir sirviendo de mesa en mesa.

No se si por descuido o a propósito, llevaba un botón más de su camisa blanca desabrochado, dejando al descubierto lo que tampoco podía ocultar estando abrochado, unos pechos pequeños, (no minúsculos) proporcionados y que la juventud de su dueña hace que no necesiten sujetador para mantenerse firmes y a su altura. (Nunca lleva, en eso ya me había fijado).

Era la primera vez que pedir una ensalada de queso fresco y elegir entre una merluza al horno y pollo me hacía subir tanto la temperatura. El local es pequeño y a última hora en este mes de agosto, prácticamente esta vacío. Mientras tomaba nota a dos palmos de mí, he notado como se abría un poco de piernas y la falda negra, que ya normalmente es corta, subía un poco por su muslo dorado. Ella se ha dado cuenta de que yo me fijaba en sus movimientos (es lo que debía estar esperando) e inclinándose un poco me ha susurrado al oído “usted más que merluza debería pedir muslo”. Sus pechos aguantaron perfectamente la gravedad y dejaron ver todo su esplendor a través del escote de la camisa. “Hoy podría con el muslo y la pechuga al mismo tiempo” le conteste también susurrando. “En lugar de ir a la playa a pasar calor, ¿Por qué no vienes a mi apartamento que tiene aire acondicionado?”. “En hora y media acabo el servicio. Espérame en el bar de enfrente”. Mientras ella servia otras mesas, de vez en cuando me miraba y se ajustaba la falda o humedecía sus labios con su lengua. La comida tuvó otro sabor, mucho más picante de lo normal.

Cuando llegamos a mi apartamento yo estaba superexcitado después de contemplarla durante toda la comida. No nos dijimos nada. Nos avalanzamos el uno sobre el otro y nos quitamos la poca ropa que llevábamos. Es la ventaja que tiene el verano. Sin darme tiempo a quitarle el tanguita amarillo que llevaba, de un empujón me tiro a la cama y fue directamente a chuparme la polla que ya estaba teniendo espasmos de tanta excitación. Primero rodeo el glande con su lengua, mojándolo, para después seguir jugando con él una vez ya dentro de su boca. Poco a poco, a cada movimiento suyo mi polla entraba un poco más. Mientras los movimientos se hacían cada vez más rápidos, empezó a masajearme los huevos, incluso apretándolos un poco, lo que me puso a cien. Me suelo afeitar los huevos para tener mayor sensibilidad en ellos y para que sean más agradables al tacto y a la lengua. Ella se dió cuenta que ése era mi punto débil. Sacó mi polla de su boca y se fue directamente a darle besos y lenguetazos a mis huevos. Cuando ya los tenía bien húmedos, se los metió en la boca succionándolos. Primero uno y después el otro. Se pusieron como piedras. Todo esto sin dejar de acariciarme con su mano mi polla, pajeándome con suavidad. No me quedo más alternativa que cogerle con las dos manos su linda cabeza y hacerla mirarme a los ojos: “si sigues así me voy a correr ya mismo”. “Eso es lo que quiero. Me encanta que se corran en mi boca” me dijo con una mirada que me derrotó. Después de esa declaración de principios no pude hacer nada más que acompañar su cabeza hasta mi polla y acariciarle el cabello mientras le marcaba tenuemente el ritmo que más me ponía. Con la otra mano le aparté el breve tanga y le empecé a acariciar su sexo. Primero alrededor de sus labios, después los deje pasar entre mis dedos unas cuantas veces, separándolos un poco hasta alcanzar su clítoris. Suavemente con la yema de mi dedo índice lo acaricié y sentí como se endurecía más y más. Jenny cada vez estaba más excitada. El ritmo de la mamada se aceleraba por momentos. Yo también aceleré mis caricias. Cuando estaba a punto de correrme se lo hice notar con mi mano en su cuello, indicándole levemente que no lo dejará ahora. Ella empezó a dar lenguetazos con toda mi polla dentro de su boca. Me corrí como no me había corrido en tiempo. Ella se tragó toda mi leche y estuvo lamiendo mi capullo un buen rato. Consiguió que la erección no disminuyera lo más mínimo. Mirándome con su ojos verdes medio cerrados me dijo: “ahora vamos a empezar otra vez, y nos vamos a correr los dos”. “Eso te lo aseguro. Vas a irte a trabajar deseando volver”.”Pues aprovecha cuando no esté para recuperar fuerzas porque esta noche será larga”. Hace un rato que se ha ido y en eso estoy. Mientras mi pequeña Jenny está trabajando, yo escribo este post y la espero.

1 comentario:

Humbert dijo...

a veces hay que dejar la miel en los labios para mantener la intensidad y retomarlo con más ganas. otro día tendrás la continuación. siempre tu cómplice morena.(dejaremos las venganzas para otro momento)