viernes, 23 de febrero de 2007

“La historia del buen viejo y la bella muchacha” de Italo Svevo

La aventura del buen viejo tuvo un preludio que se desarrolló sin que él apenas lo advirtiera. Durante un breve descanso en la oficina se vio en la obligación de recibir a una anciana que deseaba presentarle y encomendarle a una joven, su propia hija. Habían accedido a él gracias a una carta de presentación de un amigo suyo. El viejo, distraído de sus quehaceres, no conseguía quitárselos del todo de su cabeza y miraba con expresión alelada la carta esforzándose en entenderla para liberarse cuanto antes del incordio.
La vieja no paró de hablar ni un momento, pero de su discurso él sólo retuvo algunos fragmentos: la jovencita era fuerte e inteligente y sabía leer y escribir, aunque mejor leer que escribir. Hubo una frase que le llamó la atención por lo extraña: “Mi hija está dispuesta a aceptar cualquier empleo durante toda la jornada con tal de que le quede un poco de tiempo libre para su baño diario”. Finalmente la vieja dijo las palabras que permitieron acabar la entrevista: “En la empresa de tranvías están contratando a mujeres para los puestos de conductoras y taquilleras”.
El viejo escribió sin titubear una carta de recomendación para la Dirección de la Empresa de Tranvías y despidió a las dos mujeres. De nuevo solo con sus asuntos, volvió a interrumpirlos durante un momento para pensar: “¿Por qué habrá querido decirme esa vieja que su hija se baña todos los días?”. Movió la cabeza sonriendo, con aires de superioridad. Lo que demuestra que los viejos son más viejos si están muy ocupados.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si no estuviese ocupado habría desnudado a la joven con la mirada y se percataría del deseo de la venta del cuerpo grácil por parte del ajado femenino, al sugerirle el baño de la pequeña nínfula...


Yo pensaría tantas cosas...le dejaría darse tantos baños...

Humbert dijo...

el viejo, cuanto más ocupado, más viejo parece. besos.