miércoles, 26 de octubre de 2005

sábado, 22 de octubre de 2005

Weekend en Londres (y III)

Rebeca encendió un cigarrillo, y poco a poco el humo inundó la habitación. Marina se resguardo sobre mi pecho mientras me acariciaba. Al acabar el cigarrillo Rebeca se unió a ella. Sus caricias hicieron que esos minutos de relax me sintiera el hombre más deseado del mundo. Las dos se dedicaban a pasearse por mi cuerpo. Cuatro manos, dos bocas, un placer. Mi polla volvió a recuperar todo su grosor y firmeza, bajo la mirada complacida de mis dos amantes. Ellas se miraron y sonrieron. Sus labios besaron cada centímetro de mi pene. Rebeca se lo metió en la boca y empezó a chuparlo, apretando sus labios y pasando su lengua alrededor de la punta. Marina bajo su cabeza y empezó a jugar con mis huevos en su boca. Primero uno y después el otro. Cerré los ojos y me deje llevar a ese paraíso de placer que sólo dos mujeres pueden crear.

Noté como subían sobre mi polla y empezaban a moverse rítmicamente. Marina tenía mi polla dentro de ella, contrayendo su vagina a cada golpe de cadera. Rebeca le acariciaba los pechos, apretándolos, besándolos, sujetándolos. Marina aceleró sus movimientos, mientras arqueaba su espalda, ofreciéndole a Rebeca aquellos dos perfectos senos. Era su momento. Yo conocía algunos de los gustos de Marina. Habíamos tenido conversaciones de bar mucho más interesantes que las clases a las que no habíamos asistido. Entre risa y risa, siempre acabábamos hablando de sexo. Dulcemente cambiamos de postura, colocando a Marina a cuatro patas. Seguí follándola, mientras Rebeca me acariciaba y me besaba ahora a mí. Yo le correspondí pasando mi mano por su cuello y sus pechos, sin dejar de penetrar a Marina. Rebeca subía y bajaba sus manos por mi pecho. Mis dedos acariciaban el perfecto culo de Marina. Mi mano se quedó en esa separación por la que un poco más abajo mi polla la penetraba. Mis dedos empezaron a acariciar un agujero que enseguida empezó a abrirse a mis atenciones. A Marina le encantaba, yo lo sabía. Un dedo entró, y un poco más tarde un segundo le acompaño. Mi polla no tardó en sustituirlos. El camino se adaptó rápidamente a ella, momento que empecé a follarla. Rebeca no nos quitaba ojo. Aquello era nuevo para ella. Pase mi mano por su pelo y le acaricié su cuello, su nuca. Ella me miró. "Todo está bien", le dije con la mirada. Ella me sonrió y se tendió en la cama. Una de sus manos fue al coño de Marina y con la otra empezó a acariciarse su propio sexo. Marina subió de tono sus gemidos. No le gustaba quedarse con ganas de nada. Y menos cuando estaba disfrutando de dos amantes, que le proporcionaban un placer, que le llevó hasta el orgasmo. Yo me corrí en su culo.

¿Londres? Lo visitamos al día siguiente, con la nieve aún en el suelo. Pero en mi mente siempre estarán dos joyas de la corona que disfruté privadamente.

jueves, 20 de octubre de 2005

Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones (ordinaria locura) - Charles Bukowski

"La chica más guapa de la ciudad"

Cass era la más joven y la más guapa de cinco hermanas. Cass era la chica más guapa de la ciudad. Medio india, con un cuerpo flexible y extraño, un cuerpo fiero y serpentino y ojos a juego. Cass era fuego móvil y fluido. Era como un espíritu embutido en una forma incapaz de contenerlo. Su pelo era negro y largo y sedoso y se movía y se retorcía igual que su cuerpo. Cass estaba siempre muy alegre o muy deprimida. Para ella no había término medio. Algunos decían que estaba loca. Lo decían los tontos. Los tontos no podían entender a Cass. A los hombres les parecía simplemente una máquina sexual y no se preocupaban de si estaba loca o no. Y Cass bailaba y coqueteaba y besaba a los hombres pero, salvo un caso o dos, cuando llegaba la hora de hacerlo, Cass se evadía de algún modo, los eludía.


sábado, 15 de octubre de 2005

Weekend en Londres (II)

Su habitación estaba dos puertas más allá de la mía. Las maletas, aún sobre la cama, acabaron en el suelo enmoquetado. Marina era la que dirigía. Le gustaba sentirse poderosa. Con dos movimientos de muñeca su vestido cayó al suelo. Se quedó vestida con un conjunto negro, clásico, liso. No necesitaba más para destacar. Se acercó a mí y sin mediar palabra, me quitó la camiseta y empezó a desabrocharme los tejanos que me había puesto para llegar hasta su habitación.

Rebeca se mantenía alejada, mirándonos. La presencia de Marina había frenado sus primeros impulso. "Ven, acércate", le dije, con la voz más tranquilizadora que pude, mientras le tendía mi mano. Cuando la tuve a mi lado la besé, como había hecho unos minutos antes en mi habitación. Marina acariciaba todo mi cuerpo, al tiempo que yo volvía a desnudar a Rebeca. Una vez desnuda, la tendí sobre la cama y Marina y yo nos dedicamos a explorar todo su cuerpo. Marina empezó por su cuello, llegó hasta su oreja y empezó a jugar con su lengua en ella. Yo acariciaba su vientre, descendiendo hacía sus muslos. Aún llevaba puestas unas braguitas blancas muy finas. Pase mi mano por encima de la tela. Note como sus músculos se contraían. Marina ya había llegado a los pechos de Rebeca y estaba lamiendo sus rosadas areolas. Los pezones empezaron a mostrarse, a la vez que se endurecían. Rebeca estaba completamente abandonada a nuestras atenciones. Los ojos cerrados, la cabeza ladeada y los labios entreabiertos dejando escapar pequeños gemidos de placer. Mi mano se coló entre la tela y su pubis. Acaricié su coño, perfectamente depilado, y baje hasta llegar a su húmedo sexo. Con el dorso de la mano separé la tela y con mis dedos empecé a acariciar y pellizcar los labios de su coño. Rebeca se movió ligeramente. Marina estaba ahora besándola en la boca, sus lenguas estaban acariciando los labios de la otra. Sus manos jugaban con los dedos de la otra. Yo empecé a lamer los labios de su coño, al tiempo que iba separándolos más y más, para así poder llegar más dentro de ella. Mi lengua recorría su sexo, llegando cada vez más cerca de su clítoris, hasta que lo noté duro en mis labios. Me centre en su placer. Mis labios lo acariciaban suavemente mientras mi lengua lo tocaba levemente. Sus manos me acariciaban el cabello, apretando mi cabeza contra su sexo.

Marina dejó de acariciar y besar a Rebeca para empezar a acariciarme a mí. Sus manos recorrieron toda mi espalda hasta llegar a mi culo. Lo apretó con fuerza para pasar después una de sus manos por debajo de él hasta llegar a mis testículos. Jugó un rato con ellos para alcanzar por fin mi polla, ya en erección. Empezó a subir y bajar su mano por ella. Yo me abrí un poco de piernas para facilitarle el acceso. Mis dedos empezaron a follar a Rebeca. Entraban poco a poco, para después girar en su interior, y volver a salir. Primero a ritmo lento, para ir acelerando conforme su vagina se dilataba y humedecía. Marina ya tenía mi polla en su boca y estaba follándome con ella. No chupaba, me follaba deslizando sus húmedos labios desde el glande hasta la base de mi pene erecto. Aquella follada hizo que yo acelerará aún más mis dedos en el coño de Rebeca. Ya eran cuatro. No podía esperar más. Tenía que penetrarla. Mi polla estaba a punto de estallar en la boca de Marina, que ahora se dedicaba a chupar, lamer, mordisquear mi sensible glande, a la vez que su mano me pajeaba. Saqué la polla de su boca y la metí en Rebeca. Entraba y salía de aquel maravilloso sexo, mientras Marina iba acariciándonos. Nos corrimos. Me deje caer al lado de Rebeca. Marina se puso encima de mí y mirándome fijamente me dijo: "eeeh, solo un momento ¿vale? Todavía tengo que disfrutar yo. Y no me conformaré con algo normal darling". Rebeca asomó su cabecita por encima del hombro de Marina:"¡Y yo quiero repetir! La noche es larga y fuera hace mucho frío como para salir". Miré por la ventana y pude ver como empezaba a nevar. ¿Dónde iba a estar mejor que con aquellas dos diablillas, que con aquellos dos ángeles?

jueves, 13 de octubre de 2005




"Los dioses son como los hombres,
solo mueren realmente cuando dejan de ser amados"

Gabriel Matzneff

domingo, 9 de octubre de 2005

Weekend en Londres (I)

Durante mi segundo año de carrera universitaria, después de los parciales de febrero, un grupo pensamos que lo mejor para descargar tensiones sería un fin de semana en Londres. El martes lo decidimos y el jueves por la tarde tomábamos el avión con una de esas ofertas de último minuto. Yo estaba a punto de cumplir los veinticinco, por lo que sacaba unos años a mis compañeros de estudios, y ejercía un poco de padre de familia. Nos distribuimos en habitaciones dobles, chicas con chicas y chicos con chicos. Todo muy polite. Unos cuantos dejaron las maletas sin deshacer y se fueron a pasar la noche por los alrededores de Picadilly Circus. Entre ellos estaba mi compañero de habitación. Otros no tenían tanta prisa y se permitieron el lujo de deshacer las maletas y tomar una ducha, mientras decidían que hacer esas primeras horas en Londres. Yo era uno de esos.

Ya me estaba vistiendo para salir a dar una vuelta cuando llamaron a la puerta. Era Rebeca, una de mis compañeras de clase. En diciembre había cumplido los veinte, y le sentaban de maravilla a ese cuerpo con finas curvas. Su media melena castaña estaba mojada, y en su mano llevaba un secador de pelo. “Si no te molesta, necesitaría usar uno de los enchufes. Mercè está secándose el pelo y el otro enchufe no funciona. ¿Puedo pasar?”. ”Claro faltaría más”. Yo llevaba aún la toalla anudada a la cintura y solo me había puesto por encima la camisa sin abrochar siquiera. Ella llevaba unos tejanos de esos que se ajustan al cuerpo como un guante, y una simple camiseta. “Puedes pasar al baño, yo ya me estoy cambiando. Recojo mis cosas y todo tuyo”. Mientras ponía mis cosas de aseo en el neceser, ella paso por detrás de mí para conectar su secador de pelo. Nuestras miradas se cruzaron en el espejo. Una de sus manos pasó por debajo de mi brazo hasta llegar a mi pecho. “Me gustan los hombres de pelo en pecho” dijo mientras me acariciaba el torso desnudo. Su mano descendió hasta mi ombligo, donde el vello asciende desde la zona púbica. “Eso ya no es el pecho Rebeca”, le dije con una sonrisa en los labios. “¿Y te molesta?” contestó ella mirándome como no le había visto nunca hacerlo. No pude resistir más y la bese. Sus labios eran dulces, de fresa, y su lengua enseguida busco la mía. Sus manos desanudaron la toalla de mi cintura, cayendo al suelo y dejando mi sexo al descubierto. Sus manos lo tomaron delicadamente y empezaron a acariciarlo. La erección fue creciendo a la vez que yo le quitaba la camiseta dejando al descubierto sus pequeños pechos de un blanco inmaculado. Y es que su piel era blanca, sin imperfecciones, suave como la de un melocotón. Mientras yo le besaba los pechos, ella seguía acariciándome el sexo, que ya había llegado al grado máximo de excitación. Nos tumbamos en la cama y ella empezó a besarme el cuello, descendiendo por el pecho hasta llegar a mi polla. La tomó con sus labios y empezó a chupar solo la punta. Sus labios ascendían y descendían húmedos sobre mi glande. Su mano seguía pajeándome lentamente. Retiré su pelo mojado del cuello y empecé a acariciarlo suavemente. Noté como la piel reaccionaba bajo mis dedos. Ella empezó a bajar más sus labios introduciéndose más mi polla dentro de su boca. El ritmo se aceleró.

En aquel momento llamaron a la puerta. Nos incorporamos enseguida, yo me volví a anudar la toalla a la cintura y ella se puso la camiseta. Era Marina. “¿Está aquí Rebeca?”. Marina era mayor que Rebeca,(veintitrés calculo yo que tendría en aquella época) una melena morena rizada y unos enormes ojos color miel que enamoraban a primera vista. “Sí, pasa”. Marina se quedo mirando a Rebeca “¿Qué te pasa?” Rebeca estaba colorada. Le habían subido los colores a la cara. “¿Qué estabais haciendo?” dijo mirando primero a Rebeca, que tenía la mirada clavada en el suelo, y después girándose hacia mí. Acercándome a ella le dije: “¿Tú que crees?”. “Creo que sabes que la que tendría que estar aquí soy yo y no ella”. Marina y yo siempre habíamos tenido muy buena química, y siempre nos estabamos lanzando indirectas. “Yo me voy a mi habitación”, dijo Rebeca que continuaba roja como un tomate. Marina se acerco a ella y le dijo algo al oído mientras le ponía sus manos en los hombros. Después de hablar con ella, la cogió de la mano y las dos se acercaron a mí. Marina me susurró a un centímetro de mi oreja: ”Esta noche Londres tendrá que esperar. ¿Podrás con dos?”.

sábado, 8 de octubre de 2005

Entre sus manos - Marthe Blau

Llego ante la puerta cochera y veo desfilar mi vida. Tengo un nudo en el estómago y mis piernas vacilan sobre los tacones. No puedo seguir avanzando.
De repente, tengo mucho frío o mucho calor. En realidad, no sé. Pienso en mi hijo, mi amor, mi razón de respirar. Veo su mirada cuando lo he dejado entre los brazos de una niñera con la que todavía no está muy familiarizado.
¿Dónde estoy?¿Qué hago aquí, depilada, perfumada, encaramada sobre los tacones de nueve centímetros de unos zapatos negros de punta fina, con un incómodo liguero y un tanga que se me clava en la carne?
Me duele el vientre. Contemplo la posibilidad de marcharme, de volver con mi adorado hijo, de estrecharlo entre mis brazos, de decirle cuánto lo quiero, que siempre le seré fiel, que mi vida está consagrada a él.
Recuerdo su nacimiento, las lágrimas de felicidad ante su aparición, la emoción de su padre, las promesa hechas, los besos de amor, la ósmosis que nos une a los tres.
Y tecleo el código del edificio.



lunes, 3 de octubre de 2005




"Hacer el amor con una mujer y dormir con una mujer son dos sentimientos muy distintos. El primero es deseo; lo segundo es amor"
Milan Kundera

sábado, 1 de octubre de 2005

Cartas a Dolores (I)



Querida Dolores,

había vuelto a sentirme adolescente, a vibrar con cada pequeña cosa. Pero ya no eres aquella joven inocente y loca que conocí. Te has echo mayor y sufres los males de esta sociedad. Te han atrapado con las mentiras que te convierten en adulto.

Ahora ya no estas a mi lado. Ya no podré llevarte a París, y descubrirte los rincones donde me escondo del mundo. Ya no podremos pasear por los jardines de Luxemburgo, ni asomarnos a la ventana de la buhardilla en los días de lluvia, ni dejarnos atrapar por la noche abrazados. Todo se ha roto. todo ha desaparecido. Todo se conjuga en pasado. Todo se escribe en condicional. Todo niega el futuro.

Nuestras noches de cama, en las que yo era maestro y tú aprendiz, se han convertido en noches solitarias. Las mías. Las tuyas, se han convertido en clases magistrales, dónde la maestra eres tú. Quién pudiera gozar de nuevo de tus tersos senos, de tu suave pubis, de tu sensual boca, de tus manos descubriendo cada rincón de mi anatomía, llegando a mi sexo, acariciando cada centímetro de él, siguiendo las indicaciones de mi cuerpo, consiguiendo el máximo placer, recreándote en mi satisfacción, pidíendome la tuya, y yo penetrando en una cueva inexplorada, abriendo la senda que otros ahora siguen. No puedo olvidarlo, no quiero olvidarlo, no sé olvidarlo.

Se acerca el otoño, los días son más cortos y las noches más frías. Yo casi no lo percibo. Hace tiempo que vivo en un eterno invierno. Desde que te fuiste. Porque te fuiste. No conseguimos quedarnos atrapados en un mundo perfecto, no conseguimos detener el tiempo en aquel día que no existió. El mundo sigue girando, y no parará ni para tí ni por mí. La locura que me contagiastes ha desaparecido, dejando un vacío que tendré que llenar. Porque tengo que llenarlo. No puedo vivir así, pero tengo que vivir sin tí.

Siempre tuyo irrespetuoso
Humbert.